Bueno, continuamos con la serie de artículos relacionados con mis viajes por este mundo de dios (si, lo he escrito con minúscula, ¿qué pasa?) y lo hacemos con uno bastante reciente, Marzo de este mismo año, a una ciudad que, desde entonces, se encuentra entre una de mis favoritas, por ser espectacular, dinámica, cosmopolita, clásica, sobria, divertida… No es otra que Londres, en la antigua Gran Bretaña.
LONDRES, MARZO 2006
He de decir que llevaba bastante tiempo queriendo hacer este viaje, y no pude hacerlo debido a malas conexiones con el tema de los aviones y/o hoteles, pero en cuanto tuvimos oportunidad, Chipi y yo no lo dudamos y nos pillamos el billete más barato de Easyjet, rumbo a la capital inglesa. Ayudó sobre todo el importante descuento que conseguimos por alojarnos en uno de los hoteles de la cadena en la que trabajo, que, por suerte, tiene varios establecimientos en el centro y pudimos elegir uno bastante asequible. La verdad es que gracias a esto fue una auténtica ganga el viaje, puesto que conseguí un 75% de descuento en habitación, desayuno y cena, casi ná.
Estuvimos cuatro días rondando por aquellos lares, pasando un frío de muerte cada vez que pisábamos la calle. La llovizna era constante y el viento muy molesto, pero por suerte salía el solo en las horas intermedias del día, y las tormentas nos respetaron bastante (solo aparecían cuando dormíamos). El primer día apenas pudimos ver nada, pues nuestro avión se retrasó y llegamos a Londres pasadas las 8 de la tarde, con el tiempo justo para cenar en el propio hotel y deshacer maletas. Aunque un momento, he nombrado demasiado rápido el hotel. Lo cierto es que, tras llegar a la terminal sur del aeropuerto de Gatwick (inmensa, por cierto), tuvimos que pagar 25 libras (unos 37 euros) por persona para coger el Gatwick Express, una especie de tren de cercanías que conectaba directamente la terminal con la estación de Victoria, en pleno centro de la capital. Una vez allí, teníamos que llegar a Docklands, situado al este del centro de la ciudad, y por supuesto, no teníamos ni idea de cómo hacerlo. Un taxi sería demasiado caro, sobre todo teniendo en cuenta el sablazo que nos pegaron con el tren, así que optamos por lo siguiente: un metro (el famoso The Tube) hasta la estación de Tower Bridge, y ahí coger un transbordo hasta Docklands, pero no con otro metro, sino con el DLR (Docklands Light Railway), una especie de metro que para por encima de toda la zona Este de Londres. Como pardillos recién llegados que éramos, pagamos 2 libras (3 euros) por cada vehículo, aunque eso sí, pronto descubrimos nuestro mayor tesoro: el Day Travel Ticket, un billete que se expedía en cualquier estación de metro o tren, y que, por 4 libras (6 euros) te permitía coger todos los transportes que quisieras durante 24 horas. Menos mal que la parada del DLR quedaba justo al lado del hotel y no tuvimos que arrastrar las maletas por toda la ciudad. Ni os cuento el hambre que teníamos en ese momento…
Al llegar al hotel, no teníamos ganas de ponernos a exprimir todo nuestro inglés para preguntar al recepcionista como llegar a tal sitio, donde coger tal tren, etc. etc., pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando, nada más entrar, vemos como en la chapa que llevaba el chico en cuestión, no ponía Andrew, ni Michael, ni Robert, ni nada por el estilo, sino Francisco. Era español, de Almería nada menos. “Estás perdido”, pensamos Chipi y yo. Estuvimos cerca de 30 minutos recolectando información útil para nuestra estancia allí. Le doy las gracias por su atención desde aquí.
Decidimos levantarnos temprano al día siguiente para poder aprovechar bien el día, pues nuestra técnica es la misma, reventarnos a andar todo el día, y volver al hotel solo cuando la noche sea tan cerrada que peligre nuestra integridad física. Estaba claro que en solo 3 días teníamos que seleccionar bien nuestras visitas, así que no queríamos perdernos lo más famoso de Londres, es por ello que nuestra primera parada fue en Buckingham Palace y los impresionantes jardines de St. James y Hyde Park. Resulta emocionante vivir en persona aquello que tantas veces has visto por televisión o te han contado otras personas. El cambio de guardia, todos los días a las 11 de la mañana, es un espectáculo digno de ver. El palacio en sí, por supuesto, es una oda al lujo, y un ejemplo para el resto de monarquías europeas. Una curiosidad, ese día la bandera británica ondeaba en lo más alto de Buckingham, lo que significaba que la reina no estaba en casa en ese momento.
Cruzamos St. James Park para visitar la zona más impresionante de todo Londres, la zona centro del río Thamesis, donde se encontraban el Big Ben, The Eye of London (desde donde se puede ver toda la ciudad), la Abadía de Westminster, y el edificio más increíble de todos: The House of Parliament, el parlamento, que alberga las dos cámaras del poder ejecutivo, la de los Lores y la de los Comunes. Chipi y yo tuvimos la suerte de poder entrar hasta la cocina de estas salas, eso sí, después de un concienzudo dispositivo de seguridad, aderezado con varios cacheos en distintas partes del edificio. Incluso estuvimos presentes durante unos minutos sobre un debate en la cámara de los Lores, con el tema de las pensiones de por medio. Superinteresante…
Al salir, pudimos ver como el mito del Big Ben se nos derrumbaba a ambos, pues es un edificio increíblemente pequeño, que todo el mundo, creo, tiene excesivamente idealizado. Decidimos no entrar a la catedral, la Abadía de Westminster, pues el precio, 12 libras (18 eurazos) era prohibitivo. Pasamos gran parte de la tarde visitando la zona de Victoria, e invertimos algo de tiempo en ver la Catedral de Westminter (no confundir con la Abadía) de cuya torre puedo decir que es el lugar en el que más frío en pasado en toda mi puta vida. Para empezar, hay que coger un ascensor minúsculo para subir, en el que vive un tío viejo, que es el que vende las entradas (2 libras). Una vez arriba, tienes una vista de 360º estupenda de toda la ciudad, pero al estar totalmente abierto por todos lados a una altura de más 100 metros, el viento se convertía en auténticos puñales de frío, y yo bajé hecho un pajarico.
El primer día estaba echado, y lo único que queríamos era volver al hotel para reponer fuerzas. De nuevo el Day Travel ticket se convirtió en nuestro mejor aliado para la vuelta. El segundo día se presentaba emocionante. Además, Chipi y yo descubrimos una serie infantil en la cadena Sky que nos tuvo con la tontería todo el día: Postman Sam y Fireman Bob, muñecos de plastilina la mar de cachondos. Además, nos aprendimos de memoria la canción y coreografía de “under the sea” una canción infantil que cantaba uno que se parece al de gomaespuma. Pero bueno, dejemos de lado ese tema. Nuestra intención esa mañana era visitar el zoo de Londres, en serio peligro de desaparición debido a la mínima ayuda por parte del gobierno, pero al final tuvimos que dejarlo de lado si queríamos atacar de frente el núcleo cultural y artístico de la ciudad: El British Museum, el museo más importante de toda Europa, con piezas únicas recolectadas (y digo recolectadas por no decir “robadas”) por todas partes del mundo, sobre todo de Grecia y Roma. Para llegar a él tuvimos que acceder a una parada de metro cercana y caminar a través de la calle universitaria, en la zona de Euston. La calle está dividida por departamentos (Medicina, abogacía, etc.) y se pueden encontrar curiosidades como la casa de James Robinson, pionero del uso de la anestesia. Una vez en el museo, pudimos comprobar que estaba compuesto de varias salas, aunque la zona Griega era la más impresionante, con la estrella del museo en el centro de todas las miradas: La Piedra Rosetta. Además se podían contemplar piezas de las Cariátides, ruinas del Mausoleo de Halicarnaso, y los famosos Mármoles de Elgin. Una visita impresionante, sin duda, en la que invertimos más de 7 horas (menos mal que madrugamos) y que nos obligó a meter el turbo para poder ver el resto de cosas interesantes.
Queríamos ver el Soho, compuesto por las zonas de Leicester Sq., Piccadilly Circus, Covent Garden y Trafalgar Square, todas ellas plazas increíbles, llenas de un bullicio y una vida fuera de lo común. Mención especial para la estelar retahíla de obras de teatro y musicales repartidos por toda esta zona. Con un poco más de tiempo puede que hubiésemos entrado a alguno. Tras las compras pertinentes, seguimos caminando hasta localizar la Tate Modern, a orillas del Thamesis, y la British Library, lugar de encuentro del ambiente intelectual londinense. Queríamos finalizar el día observando la bella vista nocturna que ofrecía el Tower Bridge, el famoso puente que atraviesa el río, compuesto de dos lujosas y gigantescas torres a cada lado, que antaño fue punto de encuentro de las prostitutas del lugar. Ahora solo lugar de paso.
También visitamos el inevitable barrio chino, en el que el plato estrella no era ni mas ni menos que…estoo…¿pato? La verdad es que no se sabía muy bien que era…Antes de volver al hotel, y puesto que nuestra parada para coger el DLR estaba allí mismo, paseamos por los alrededores del Tower of London, el palacio ahora famoso por atesorar las joyas de la corona inglesa, pero que durante el apogeo inglés en la edad media, era conocido por ser el símbolo de las torturas a los detractores del Reino Unido. Si queréis ver cuervos, no os lo perdáis.
Puesto que nuestro avión salía por la tarde, aprovechamos el último día para visitar la zona de negocios de Docklands, con Canary Wharf a la cabeza, muy cerca de donde nos alojábamos. Aquello era una auténtica mini-ciudad de negocios, con grandes rascacielos acristalados y multitud de elementos modernistas, aunque destaca la inmensa cantidad de judíos que pululan por la zona. Nos entretuvimos demasiado, y por ser domingo el DLR no salía, así que tuvimos que salir corriendo, maletas en ristre, hacia Jubilee Station para coger un metro a Victoria. Al final subimos al Gatwick Express con la lengua fuera, pero contentos después de haber disfrutado de un viaje estupendo, a una ciudad estupenda, y con una mujer de ensueño.
Espero que os haya gustado, y por favor, no dejéis de escribir vuestros comentarios. Próximamente más viajes ;).
LONDRES, MARZO 2006
He de decir que llevaba bastante tiempo queriendo hacer este viaje, y no pude hacerlo debido a malas conexiones con el tema de los aviones y/o hoteles, pero en cuanto tuvimos oportunidad, Chipi y yo no lo dudamos y nos pillamos el billete más barato de Easyjet, rumbo a la capital inglesa. Ayudó sobre todo el importante descuento que conseguimos por alojarnos en uno de los hoteles de la cadena en la que trabajo, que, por suerte, tiene varios establecimientos en el centro y pudimos elegir uno bastante asequible. La verdad es que gracias a esto fue una auténtica ganga el viaje, puesto que conseguí un 75% de descuento en habitación, desayuno y cena, casi ná.
Estuvimos cuatro días rondando por aquellos lares, pasando un frío de muerte cada vez que pisábamos la calle. La llovizna era constante y el viento muy molesto, pero por suerte salía el solo en las horas intermedias del día, y las tormentas nos respetaron bastante (solo aparecían cuando dormíamos). El primer día apenas pudimos ver nada, pues nuestro avión se retrasó y llegamos a Londres pasadas las 8 de la tarde, con el tiempo justo para cenar en el propio hotel y deshacer maletas. Aunque un momento, he nombrado demasiado rápido el hotel. Lo cierto es que, tras llegar a la terminal sur del aeropuerto de Gatwick (inmensa, por cierto), tuvimos que pagar 25 libras (unos 37 euros) por persona para coger el Gatwick Express, una especie de tren de cercanías que conectaba directamente la terminal con la estación de Victoria, en pleno centro de la capital. Una vez allí, teníamos que llegar a Docklands, situado al este del centro de la ciudad, y por supuesto, no teníamos ni idea de cómo hacerlo. Un taxi sería demasiado caro, sobre todo teniendo en cuenta el sablazo que nos pegaron con el tren, así que optamos por lo siguiente: un metro (el famoso The Tube) hasta la estación de Tower Bridge, y ahí coger un transbordo hasta Docklands, pero no con otro metro, sino con el DLR (Docklands Light Railway), una especie de metro que para por encima de toda la zona Este de Londres. Como pardillos recién llegados que éramos, pagamos 2 libras (3 euros) por cada vehículo, aunque eso sí, pronto descubrimos nuestro mayor tesoro: el Day Travel Ticket, un billete que se expedía en cualquier estación de metro o tren, y que, por 4 libras (6 euros) te permitía coger todos los transportes que quisieras durante 24 horas. Menos mal que la parada del DLR quedaba justo al lado del hotel y no tuvimos que arrastrar las maletas por toda la ciudad. Ni os cuento el hambre que teníamos en ese momento…
Al llegar al hotel, no teníamos ganas de ponernos a exprimir todo nuestro inglés para preguntar al recepcionista como llegar a tal sitio, donde coger tal tren, etc. etc., pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando, nada más entrar, vemos como en la chapa que llevaba el chico en cuestión, no ponía Andrew, ni Michael, ni Robert, ni nada por el estilo, sino Francisco. Era español, de Almería nada menos. “Estás perdido”, pensamos Chipi y yo. Estuvimos cerca de 30 minutos recolectando información útil para nuestra estancia allí. Le doy las gracias por su atención desde aquí.
Decidimos levantarnos temprano al día siguiente para poder aprovechar bien el día, pues nuestra técnica es la misma, reventarnos a andar todo el día, y volver al hotel solo cuando la noche sea tan cerrada que peligre nuestra integridad física. Estaba claro que en solo 3 días teníamos que seleccionar bien nuestras visitas, así que no queríamos perdernos lo más famoso de Londres, es por ello que nuestra primera parada fue en Buckingham Palace y los impresionantes jardines de St. James y Hyde Park. Resulta emocionante vivir en persona aquello que tantas veces has visto por televisión o te han contado otras personas. El cambio de guardia, todos los días a las 11 de la mañana, es un espectáculo digno de ver. El palacio en sí, por supuesto, es una oda al lujo, y un ejemplo para el resto de monarquías europeas. Una curiosidad, ese día la bandera británica ondeaba en lo más alto de Buckingham, lo que significaba que la reina no estaba en casa en ese momento.
Cruzamos St. James Park para visitar la zona más impresionante de todo Londres, la zona centro del río Thamesis, donde se encontraban el Big Ben, The Eye of London (desde donde se puede ver toda la ciudad), la Abadía de Westminster, y el edificio más increíble de todos: The House of Parliament, el parlamento, que alberga las dos cámaras del poder ejecutivo, la de los Lores y la de los Comunes. Chipi y yo tuvimos la suerte de poder entrar hasta la cocina de estas salas, eso sí, después de un concienzudo dispositivo de seguridad, aderezado con varios cacheos en distintas partes del edificio. Incluso estuvimos presentes durante unos minutos sobre un debate en la cámara de los Lores, con el tema de las pensiones de por medio. Superinteresante…
Al salir, pudimos ver como el mito del Big Ben se nos derrumbaba a ambos, pues es un edificio increíblemente pequeño, que todo el mundo, creo, tiene excesivamente idealizado. Decidimos no entrar a la catedral, la Abadía de Westminster, pues el precio, 12 libras (18 eurazos) era prohibitivo. Pasamos gran parte de la tarde visitando la zona de Victoria, e invertimos algo de tiempo en ver la Catedral de Westminter (no confundir con la Abadía) de cuya torre puedo decir que es el lugar en el que más frío en pasado en toda mi puta vida. Para empezar, hay que coger un ascensor minúsculo para subir, en el que vive un tío viejo, que es el que vende las entradas (2 libras). Una vez arriba, tienes una vista de 360º estupenda de toda la ciudad, pero al estar totalmente abierto por todos lados a una altura de más 100 metros, el viento se convertía en auténticos puñales de frío, y yo bajé hecho un pajarico.
El primer día estaba echado, y lo único que queríamos era volver al hotel para reponer fuerzas. De nuevo el Day Travel ticket se convirtió en nuestro mejor aliado para la vuelta. El segundo día se presentaba emocionante. Además, Chipi y yo descubrimos una serie infantil en la cadena Sky que nos tuvo con la tontería todo el día: Postman Sam y Fireman Bob, muñecos de plastilina la mar de cachondos. Además, nos aprendimos de memoria la canción y coreografía de “under the sea” una canción infantil que cantaba uno que se parece al de gomaespuma. Pero bueno, dejemos de lado ese tema. Nuestra intención esa mañana era visitar el zoo de Londres, en serio peligro de desaparición debido a la mínima ayuda por parte del gobierno, pero al final tuvimos que dejarlo de lado si queríamos atacar de frente el núcleo cultural y artístico de la ciudad: El British Museum, el museo más importante de toda Europa, con piezas únicas recolectadas (y digo recolectadas por no decir “robadas”) por todas partes del mundo, sobre todo de Grecia y Roma. Para llegar a él tuvimos que acceder a una parada de metro cercana y caminar a través de la calle universitaria, en la zona de Euston. La calle está dividida por departamentos (Medicina, abogacía, etc.) y se pueden encontrar curiosidades como la casa de James Robinson, pionero del uso de la anestesia. Una vez en el museo, pudimos comprobar que estaba compuesto de varias salas, aunque la zona Griega era la más impresionante, con la estrella del museo en el centro de todas las miradas: La Piedra Rosetta. Además se podían contemplar piezas de las Cariátides, ruinas del Mausoleo de Halicarnaso, y los famosos Mármoles de Elgin. Una visita impresionante, sin duda, en la que invertimos más de 7 horas (menos mal que madrugamos) y que nos obligó a meter el turbo para poder ver el resto de cosas interesantes.
Queríamos ver el Soho, compuesto por las zonas de Leicester Sq., Piccadilly Circus, Covent Garden y Trafalgar Square, todas ellas plazas increíbles, llenas de un bullicio y una vida fuera de lo común. Mención especial para la estelar retahíla de obras de teatro y musicales repartidos por toda esta zona. Con un poco más de tiempo puede que hubiésemos entrado a alguno. Tras las compras pertinentes, seguimos caminando hasta localizar la Tate Modern, a orillas del Thamesis, y la British Library, lugar de encuentro del ambiente intelectual londinense. Queríamos finalizar el día observando la bella vista nocturna que ofrecía el Tower Bridge, el famoso puente que atraviesa el río, compuesto de dos lujosas y gigantescas torres a cada lado, que antaño fue punto de encuentro de las prostitutas del lugar. Ahora solo lugar de paso.
También visitamos el inevitable barrio chino, en el que el plato estrella no era ni mas ni menos que…estoo…¿pato? La verdad es que no se sabía muy bien que era…Antes de volver al hotel, y puesto que nuestra parada para coger el DLR estaba allí mismo, paseamos por los alrededores del Tower of London, el palacio ahora famoso por atesorar las joyas de la corona inglesa, pero que durante el apogeo inglés en la edad media, era conocido por ser el símbolo de las torturas a los detractores del Reino Unido. Si queréis ver cuervos, no os lo perdáis.
Puesto que nuestro avión salía por la tarde, aprovechamos el último día para visitar la zona de negocios de Docklands, con Canary Wharf a la cabeza, muy cerca de donde nos alojábamos. Aquello era una auténtica mini-ciudad de negocios, con grandes rascacielos acristalados y multitud de elementos modernistas, aunque destaca la inmensa cantidad de judíos que pululan por la zona. Nos entretuvimos demasiado, y por ser domingo el DLR no salía, así que tuvimos que salir corriendo, maletas en ristre, hacia Jubilee Station para coger un metro a Victoria. Al final subimos al Gatwick Express con la lengua fuera, pero contentos después de haber disfrutado de un viaje estupendo, a una ciudad estupenda, y con una mujer de ensueño.
Espero que os haya gustado, y por favor, no dejéis de escribir vuestros comentarios. Próximamente más viajes ;).
eRLuiH
2 comentarios:
day travel ticket.
anoche soñe que trataba de sacar uno de esos... desde luego son lo mejor. eso si, en el sueño no estaban a la venta
?_?
joerr que ganas tengo de irme por ahi yo...
Jejeje, la verdad es que nos solucionaron el viajer XDD
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